El Murciélago y la Estela de Papel

El Murciélago y la Estela de Papel.

En algún rincón del cielo donde las estrellas olvidan parpadear, vivía un murciélago distinto a los demás. No volaba en bandada, ni se colgaba a esperar el anochecer: él salía antes, cuando aún quedaban retales de luz. Decía que así podía ver lo que otros no veían.

Los demás murciélagos lo miraban con extrañeza. No era más veloz, ni más fuerte, ni más oscuro. Pero tenía algo que lo hacía diferente: cada vez que batía las alas, dejaba tras de sí una estela de papel. No era magia, ni un truco del viento… eran ideas.

Papel viejo, papel arrugado, papel arrancado de alguna historia que ya no quería contarse más. Con cada vuelo, soltaba uno. A veces un trozo de miedo. A veces una canción. A veces un silencio.

Volaba entre árboles sin frutos, entre cuevas sin eco, entre cielos sin luna, como buscando un lugar donde pudieran leerlo. Donde su vuelo no se perdiera.

Pero algo en él empezó a pesar. No era el cuerpo… era lo que cargaba dentro. Una pregunta. Una sospecha. ¿Y si sus alas ya no eran suficientes para llegar más lejos?                       Una noche, mientras sobrevolaba un claro en ruinas, encontró un cuaderno abierto. No había nadie, solo ese cuaderno y el murmullo del viento. En él, alguien había escrito:
“Cuando dejes de ocultarte, el vuelo se hará eterno.”

Entonces lo entendió. No se trataba de esconderse más en los papeles. Ni de volar más alto. Se trataba de volar con lo que era.

No volvió a esconderse. Voló más bajo. Más cerca. Dejando que lo vieran. Que lo leyeran.

Desde entonces, si alguna vez ves una sombra atravesar el cielo dejando hojas en su paso… tal vez no sea viento. Tal vez sea él.
El murciélago que aprendió que la oscuridad no era su escondite… era su escenario.

— Historias de un Murciélago. Capítulo I

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